Que fue por la mañana. Que habían tocado la campana. Que sabían que los venían persiguiendo. Que estaban en la entrada del local de los grandes. Que sus hijos estaban en las salas. Que forcejearon. Que a golpes los entraron en la maleta. Que el tío Leo venía caminado, que los vio, que corrió y cayó por una bala intencionada.
Han pasado los años y había olvidado que ahí, donde se disparó la bala, cada año hay un encuentro, donde por una noche se ilumina la calle con velas que hacen un recorrido por la memoria y la historia.
Me fui hace 15 años del colegio y me fui también de esos "otros" espacios. No volví a las salas, ni al patio, pero tampoco volví los 29 de marzo...dejé las clases, los compañeros y las velas.
En ese reencuentro hice la vieja caminata a casa con un grupo de compañeros. Entre anécdotas y copuchas, se nos acercó una señora, con mucha soltura y cara sonriente, nos preguntó "¿Y esas velitas, para qué son?" Y miré para atrás y vi todas las velas en un camino recto por varias cuadras y la miré a ella, y tuve ganas de decirle "¡cómo es posible que no sepa!", "¡qué donde había vivido!".
Pero la calle se veía bonita y la señora estaba sonriente.
Es cierto yo no vi nada, no escuché nada. No me acuerdo del helicóptero que oyó la Paloma. Incluso por un largo tiempo lo olvidé. Pero sí, estuve ahí, a una cuadra de la bala, de la pena, del miedo... de la rabia.
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